lunes, 8 de octubre de 2018

La Argentina y el Mundo Contemporaneo


La Argentina 1900-1914


    Hacia 1900 la economía argentina había dejado atrás los problemas derivados de la crisis de 1890. La diversidad y capacidad de adaptación de las exportaciones argentinas, como señala Carlos Díaz Alejandro, habían contribuido a la recuperación. Hasta la década de 1880 prevalecieron las exportaciones de lana, cueros y carne salada; en la de 1890 se produjo un marcado incremento de las exportaciones de trigo; y a partir de 1900 crecieron de modo notable las exportaciones de carnes congeladas. Debido a esta diversidad, como también a las importantes inversiones extranjeras realizadas en las décadas precedentes, entre 1900 y 1913, el valor de las exportaciones argentinas se triplicó, mientras que el de las importaciones -inversión extranjera mediante- se cuadruplicó, con un notable crecimiento de las importaciones de inversión.   
    En cuanto al comercio exterior, entre 1900 y 1914 -con excepción de 1911- la balanza comercial argentina tuvo saldos positivos. Gran Bretaña suplió el 33% del total de las importaciones; Alemania ocupó el segundo lugar, con el 15%; Estados Unidos, en ascenso respecto a las décadas anteriores, el 13,6%; Francia e Italia, entre 10% y 8% y Bélgica, alrededor del 5%. (2) La proporción de las importaciones argentinas originadas en Gran Bretaña había alcanzado su pico en 1895, pero a partir de esa fecha empezó a declinar. A pesar de esta tendencia, las importaciones argentinas de Gran Bretaña aún superaban con amplitud a las de los Estados Unidos al estallar la Primera Guerra Mundial. 
    De modo que en la década previa a dicha guerra las relaciones económicas anglo-argentinas alcanzaron su punto culminante. Esto se debió tanto al volumen del comercio bilateral como a la fuerte corriente de inversiones británicas hacia la Argentina, que contribuyó a afianzar esa relación comercial. Una prueba de la significación de la misma para Gran Bretaña está dada por el hecho de que mientras el valor total de sus exportaciones al mundo se duplicó durante el período 1900-1913, sus exportaciones a la Argentina crecieron 290% entre 1900-1904 y 1909-1913. Entre esos mismos períodos las exportaciones de manufacturas de algodón casi se duplicaron, las de lana se triplicaron y las ventas de maquinaria se quintuplicaron.  
    No obstante la expansión de las exportaciones británicas a la Argentina por esos años, Gravil advierte que la posición comercial de Gran Bretaña se hallaba amenazada por la importante competencia que ejercían los productos alemanes y norteamericanos en el mercado argentino. Por este motivo, las casas comerciales británicas se vieron forzadas a comercializar productos norteamericanos y de otros países. 
    En 1913, por ejemplo, la compañía británica The South American Stores importaba el 45% de sus productos de Francia, el 25% de Gran Bretaña y el 8% de los Estados Unidos. Además, bastante antes de 1914, la comercialización de los textiles británicos había pasado en gran medida a manos de comerciantes alemanes de la Argentina.  Algo similar sucedía en el sector ferroviario, ya que entre los años 1908 y 1913, a pesar de que los británicos controlaban el 76% de las acciones de las compañías ferroviarias en la Argentina, los fabricantes británicos habían provisto sólo el 47,5% de las locomotoras, el 49% de los vagones y el 40% de los rieles. Por lo tanto, la correlación de signo positivo entre alto nivel de inversión de capital británico e importación de bienes de ese origen registrada en la década de 1880 no se repitió durante el boom inversor del período 1908-1913.  
    Hacia 1913, el 15% de la inversión privada británica en la Argentina se colocó fuera del control británico: 17,3 millones de libras se ubicaron en emprendimientos argentinos que competían con los británicos. Esos emprendimientos se dividían de la siguiente manera: ferrocarriles, 1,3 millones de libras; bancos y casas de descuento, 11,6 millones de libras; comercios e industrias, 2,1 millones de libras; electricidad, 0,3 millones de libras; tranvías y ómnibus, 1,6 millones de libras y tierras, finanzas e inversión, 0,4 millones de libras. (6) Los restantes 20 millones de libras de la inversión privada británica se colocaron en empresas de propiedad extranjera en territorio argentino, que no estimularon a la industria británica. Incluso, parte de este monto fue invertido en la sucursal argentina del proyecto de Perceval Farquhar, que tuvo el expreso propósito de eliminar la presencia británica de Sudamérica.
    El estallido de la Primera Guerra Mundial constituyó un punto de inflexión en las relaciones anglo-argentinas. Después de la guerra, Gran Bretaña no logró recuperar su posición como principal proveedor de productos manufacturados -posición en la que fue reemplazada por Estados Unidos-, si bien mantuvo su preeminencia en los rubros invisibles (créditos, seguros, fletes). Esto fue resultado, en parte, de tendencias en la economía británica que habían comenzado a manifestarse a fines del siglo XIX: por un lado, la disminución de las exportaciones de manufacturas, y por otro, la creciente importancia de los bienes invisibles. Hasta comienzos de la Primera Guerra, los ingresos por fletes, seguros y servicios bancarios crecieron, compensando el desequilibrio de la balanza comercial.
    En cuanto al comercio de granos en particular, al comenzar el siglo XX las exportaciones argentinas mantuvieron el dinamismo adquirido en la década del 90. Es más, las exportaciones de granos incluso crecieron en los primeros años del siglo. Considerando los volúmenes, el promedio de la exportación de trigo en 1910-1914 creció 164% respecto de 1895-1899; el de maíz, 251%; y el de las semillas de lino, 225%. En el lustro anterior a la Primera Guerra Mundial la exportación de trigo alcanzaba 2,1 millones de toneladas por año; la de maíz, 3,2 millones de toneladas; la de semillas de lino, 0,7 millones de toneladas; y la de avena, cebada y centeno, 0,6 millones de toneladas. Si tenemos en cuenta los valores de las exportaciones en millones de pesos oro y consideramos el período 1911-1915 en relación al de 1986-1900, las cifras son aún más elocuentes: 259% de aumento para el trigo, 618% para el maíz y 483% para el lino.  
    Asimismo, en los primeros años del siglo, el Reino Unido absorbió la tercera parte de los embarques de trigo argentino, la mitad de sus exportaciones de avena y las dos quintas partes de las de maíz. La creciente demanda británica de trigo argentino se debió a tres factores: la merma de un 50% en la producción británica, los vaivenes de las exportaciones norteamericanas en 1904 y 1905 y el aumento del consumo interno de trigo.  
    Ahora bien, aunque un alto porcentaje de las exportaciones argentinas de granos estuvo destinado a Gran Bretaña y la Argentina fue un importante abastecedor de granos de ese país, las principales casas exportadoras que operaban en la Argentina no eran británicas. Como sostienen Gravil y Miller, las compañías cerealeras más grandes de la Argentina fueron ejemplos tempranos de empresas multinacionales, cuyos miembros residían en Europa. En efecto, hacia mediados de 1914 el control de los embarques cerealeros argentinos estaba dividido entre estas compañías de origen multinacional con los siguientes porcentajes: Bunge y Born, 23%; Louis Dreyfus y Co., 22%; Huni y Wormser, 10,5%; Weil Brothers, 10%; General Mercantile Company, 9,5%; Hardy y Mühlenkamp, 7%; H. Ford y Co. Ltd., 7%; Sanday y Co., 6%; y Proctor, Garratt y Marston Ltd., 3%. Estas nueve compañías comercializaban, por lo tanto, el 98% del total de las exportaciones de granos, pero solamente las dos últimas, que contaban con 9% del total exportado, eran británicas: Sanday y Co. de Liverpool -que contó con dos filiales, una en Buenos Aires y otra en Rosario- y la firma Proctor, Garratt y Marston, también de Liverpool, que actuaba en Rosario. Este 9% contrastaba claramente con el 65% de las exportaciones de granos controlado por las empresas no británicas Bunge y Born, Louis Dreyfus y Co., Huni y Wormser, y Weil Brothers, las que recibieron el nombre de las "Cuatro Grandes". Por lo tanto, la presencia británica en el comercio de granos en la Argentina no era monopólica. Dicho comercio estuvo primordialmente en manos alemanas e incluso la participación francesa en esta actividad más que duplicó la inglesa.  
    El transporte ferroviario fue la única actividad vinculada con el comercio de granos en que empresas británicas estuvieron involucradas en forma significativa. Las compañías ferroviarias Buenos Aires y Pacífico, Central Argentino, del Sur y del Oeste, en particular, otorgaron un tratamiento preferencial a las "Cuatro Grandes". Todas las exportadoras, excepto Bunge y Born, utilizaban elevadores pertenecientes a las compañías ferroviarias.  
    En cuanto al comercio de carnes, se destaca que a partir de 1900 la exportación de carne vacuna refrigerada creció enormemente. Este crecimiento fue consecuencia de una serie de factores que favorecieron a las carnes congeladas al mismo tiempo que desalentaban otros tipos de producción pecuaria. 
    Entre esos factores debe señalarse: 1) la crisis lanera de Francia que hizo decaer el interés por los ovinos; 2) el cierre del mercado británico para el ganado en pie argentino, debido a un brote de aftosa; 3) la declinación de las exportaciones de carne provenientes de Estados Unidos, como resultado del aumento del consumo interno y de las huelgas de Chicago; 4) la merma del comercio anglo-australiano de carnes, debida  entre otros factores a las frecuentes sequías en Australia; y 5) el crecimiento de la población y del consumo de carne por parte de los británicos.  Debido a la aparición de este conjunto de factores la Argentina surgió como el nuevo abastecedor de carne congelada a Gran Bretaña. El frigorífico, sector en el que ya existía una importante inversión británica, pasó entonces a un primer plano en la economía argentina. 
    Entre 1900 y 1914, además del crecimiento de las exportaciones de carne vacuna congelada, se advierte una caída en la exportación de lana, el estancamiento de la exportación de carne ovina congelada y, en los años previos a la Primera Guerra Mundial, el comienzo de la exportación de carne enfriada. 
    Desde 1900 se produjo una marcada declinación de la exportación de ganado en pie. Ello se debió a las desventajas del prolongado viaje y a la transmisión de enfermedades del ganado. Como consecuencia de las plagas del ganado (pleuro-neumonía y aftosa) de la década de 1860 se había generado en Gran Bretaña cierta resistencia a la importación de ganado en pie. Las medidas de control sanitario se hicieron más estrictas tras la sanción del Acta de Enfermedades Contagiosas de los Animales en 1878. Dicha Acta estableció dos listas para controlar la importación de ganado. La primera lista prohibió todo comercio con aquellos países cuyo ganado tuviese alguna enfermedad probadamente virulenta. La segunda permitió la importación de animales vivos, con la condición de que fuesen matados en el puerto de entrada. Durante los doce primeros años de vigencia del Acta, la mayoría de los países europeos estuvo incluida en la primera lista, mientras la Argentina, junto a Canadá y Estados Unidos, estuvo en la segunda.  La erupción de un foco de aftosa en el ganado vacuno de la provincia de Buenos Aires en enero de 1900 llevó a las autoridades británicas a prohibir la importación de animales en pie de la Argentina desde el 30 de abril de 1900.  
    En la Argentina esta medida fue considerada discriminatoria, atribuyéndosela a una actitud proteccionista de los intereses pastoriles británicos, o bien  a la intención de crear deliberadamente un excedente ganadero para beneficiar a las compañías frigoríficas británicas. Las exportaciones de carne refrigerada a Gran Bretaña, sin embargo, habían superado a las de ganado en pie aun antes de la prohibición, mientras las exportaciones de carne de cordero prácticamente se mantuvieron. Por este motivo, y porque el ganado argentino realmente estuvo infectado con aftosa, la sospecha de que las medidas sanitarias británicas tuvieron objetivos distintos de los manifestados debe descartarse. 
    La prohibición de la importación de ganado en pie proveniente de la Argentina se levantó en 1903, pero un rebrote de la infección hizo que se tornase permanente. Antes de declinar definitivamente, la exportación de ganado en pie mantuvo su vigencia principalmente como consecuencia de la demanda del ejército británico en Sudáfrica en un momento en que el comercio de carnes refrigeradas estaba todavía en su fase embrionaria. La exportación de ganado en pie alcanzó un nuevo repunte entre 1902 y 1903, cuando 172.085 ovejas y 12.683 vacunos (así como 63.423 mulas y 12.733 caballos) fueron enviados desde la Argentina a Sudáfrica. La Guerra de los Boers también estimuló la exportación de carne congelada y en conserva de modo transitorio, ya que en 1906 Sudáfrica concedió preferencias tarifarias a Australia.  
    A partir de 1905 se acentuó el crecimiento de la exportación de carne congelada. El promedio de los volúmenes anuales del período 1905-1909 fue 73,1% más alto que el de 1900-1904, y el de 1910-1914 fue 66% superior al del lustro inmediato anterior. Entre 1900-1904 y 1910-1914 la exportación de carne vacuna congelada creció, por lo tanto, 186%. (16) La exportación de carne enfriada comenzó en 1908, con poco más de 1000 toneladas, alcanzando en 1910-1914 un promedio anual de casi 25.000 toneladas.  
    Asimismo, durante los primeros años del siglo XX, la industria frigorífica argentina vio facilitada la colocación de sus productos en el mercado británico por la declinación de la competencia de las carnes norteamericanas. Entre 1880 y 1910 hubo en Estados Unidos un crecimiento demográfico del 83%, mientras que el ganado bovino norteamericano creció sólo 22,5%, los porcinos 16,9%, y los ovinos cayeron 6%. En consecuencia, una creciente proporción de la carne norteamericana debió cubrir las necesidades del mercado interno. Este factor fue para Gravil el más importante en la apertura del mercado británico a las carnes argentinas.  
    Australia y Nueva Zelandia, las pioneras en la industria de carne refrigerada, fueron el mayor obstáculo para las carnes argentinas. Sin embargo, la carne argentina logró ingresar paulatinamente al mercado británico a partir de 1888, y para principios de la década de 1900, la carne australiana fue relegada al consumo de los conglomerados obreros del norte de Gran Bretaña, mientras que la argentina conquistó el mercado del sur británico.  
    Australia demostró ser altamente vulnerable a la competencia argentina en carnes, debido al carácter inestable de su economía, más afectada por las sequías que la argentina. Además, la producción australiana era estacional, con un ciclo productivo de tan sólo tres o cuatro meses. En consecuencia, la oferta de Australia resultaba básicamente inestable. Esta discontinuidad de la oferta se agravó además por defectos en el sistema de distribución de la carne, de carácter horizontal, es decir, con muchos intermediarios. Luego de 1900 resultó muy usual el sistema de ventas por adelantado, que sometió a los comerciantes australianos a condiciones futuras que eran impredecibles. 
    En contraste, el rasgo más destacado del comercio de carne anglo-argentino fue el alto grado de integración vertical. La mayor parte de la carne enviada desde la Argentina estuvo bajo control de los frigoríficos, los cuales contaron con sus propias oficinas, depósitos y salida de venta al público en Londres. Las firmas individuales en la Argentina controlaron, a diferencia de sus colegas en Australia, todas las etapas de procesamiento y distribución de la carne, desde la compra de los animales al productor ganadero hasta la venta de los mismos a los consumidores británicos. Este factor otorgó una considerable ventaja a la carne argentina sobre su competidora australiana, menos organizada en este período.
    Desde la década de 1880 se habían establecido en la Argentina compañías británicas que se dedicaron a la producción de carne refrigerada. La primera de ellas, como ya se mencionara, fue The River Plate Fresh Meat Co. Ltd., establecida por George Drabble en Campana, en 1882. Esta firma se concentró en la exportación de carne ovina congelada. La segunda fue Las Palmas Produce Co. Ltd., de capital angloargentino, establecida por los hermanos James y Hugh Nelson en Zárate, en 1886. Los Nelson diversificaron sus operaciones, emprendiendo no sólo la exportación de carne congelada, sino también el negocio de la exportación de animales en pie para ser sacrificados en Inglaterra. La Negra Compañía Sansinena de Carnes Congeladas, cuya planta estaba en Avellaneda, fue establecida por capital nacional en 1885, pero en 1891 fue adquirida parcialmente por The River Plate Fresh Meat. Otras firmas inglesas fueron la Smithfield & Argentine Meat Company, que se estableció en 1903 en Zárate y cuyas operaciones comenzaron en 1905, y The La Plata Cold Storage establecida en Berisso en 1904 pero  adquirida por la firma norteamericana Swift en 1907.  
    The River Plate, Las Palmas y La Negra se asociaron en 1897 para formar  The South American Fresh Meat Co. Esta asociación de los tres frigoríficos más antiguos instalados en la Argentina procuró alcanzar algún grado de cooperación para  controlar el mercado de la carne como un oligopolio. Desde entonces los administradores en Londres sostuvieron una conferencia semanal para discutir las condiciones. Presumiblemente se llegó a un acuerdo tácito acerca de los precios, e incluso se registraron intentos para lograr un acuerdo formal respecto de la cantidad de carne a embarcarse desde la Argentina.  
    Para consolidar su dominio del mercado, The River Plate de Campana, las Palmas de Zárate y Sansinena de Avellaneda en 1898 arrendaron al único competidor no británico -el establecimiento Terrason, de San Nicolás-  y lo mantuvieron cerrado. Estas tres compañías frigoríficas británicas fueron protagonistas de lo que Pedro Bergés llama la “edad de oro” de la industria frigorífica, que comprendió el trienio 1900, 1901 y 1902. (23) Además de operar sin competencia en el mercado argentino, Sansinena, River Plate y Las Palmas vieron reforzada su posición por la prohibición de  importación de ganado en pie argentino a Gran Bretaña, debida a la fiebre aftosa. Este factor y otros como la sequía en Australia, la guerra de los boers en Sudáfrica y los problemas laborales en Chicago y Nueva York (que afectaron a la industria de la carne norteamericana) dieron origen a la edad de oro de la industria frigorífica argentina. 
    De ese modo, hacia 1905 las compañías frigoríficas británicas y sus asociadas disponían de casi dos tercios de la capacidad de congelamiento de carne del país. Como las firmas argentinas tendieron a concentrarse en el mercado interno, las compañías extranjeras dominaron una proporción aún mayor de la exportación.  
    La edad dorada de la industria frigorífica atrajo otros intereses hacia el sector. La posición oligopólica de las tres compañías británicas fue quebrada en 1907 por la irrupción de los frigoríficos norteamericanos, que desarrollaron el sistema de carne enfriada, abriendo al vacuno de calidad un mercado más amplio pero también más exigente que el de la carne congelada. 
    Asimismo, de todas las actividades vinculadas con la producción y comercialización de las carnes argentinas, el transporte marítimo fue el sector donde más fuertemente se manifestó la presencia británica. Las compañías navieras británicas -Royal Mail, Pacific Steam, H.W. Nelson, Furness Withy, Houlders, Prince, McIver y Houston- controlaron casi completamente el transporte de carne refrigerada.  
    No obstante, la irrupción del capital norteamericano en la industria de la carne en 1907 complicó el predominio mantenido hasta entonces por los frigoríficos británicos. Hasta esa fecha los intereses británicos controlaban seis de nueve frigoríficos. Los frigoríficos de capital nacional, incapaces de resistir, se plegaron al oligopolio británico o fueron absorbidos por éste.  
    Los frigoríficos norteamericanos contaban con dos armas: su poderío financiero y la carne enfriada. Esta, de mayor calidad que la carne congelada, se adaptaba mejor al gusto británico. Como consecuencia de la expansión norteamericana en una industria donde hasta entonces predominaban los intereses británicos y en la que el principal producto de los frigoríficos norteamericanos estaba destinado al mercado británico, se declaró la primera "guerra de carnes" (1908-1911). 
    Las guerras de carnes consistieron en la competencia entre los frigoríficos británicos y norteamericanos por alcanzar el máximo de faena y exportaciones, mediante subas de precios ganaderos. Los norteamericanos, al poseer su propia flota, no estaban subordinados como los frigoríficos argentinos a los barcos británicos.  
    Antes de la guerra de carnes, sin embargo, para contrarrestar la competencia norteamericana los frigoríficos británicos buscaron la asistencia del gobierno argentino. Propagandistas pro-británicos como los medios Review of the River Plate y The Buenos Aires Herald tuvieron un rol importante en este sentido.
    La campaña antinorteamericana llegó a la Cámara de Diputados en junio de 1909, cuando Carlos y Manuel Carlés presentaron un proyecto de ley para prohibir todos los "trusts de acción conjunta" en la industria frigorífica. En su discurso de presentación, los hermanos Carlés lamentaban los intentos extranjeros por "fundar un imperio dentro de nuestra república". Aunque a primera vista su proyecto podía parecer producto de una actitud nacionalista, los Carlés apuntaban contra los frigoríficos norteamericanos: "Nuestros amigos los ingleses, hace rato que nos están poniendo alertas sobre el peligro yanqui de los 'beef-trusts'..."  Los hermanos Carlés buscaban el apoyo de los ganaderos para transferir el conflicto anglo-norteamericano del campo económico al político, pero los estancieros, que eran los grandes beneficiarios de la competencia entre frigoríficos británicos y norteamericanos, se mostraron reacios a actuar contra los últimos. Finalmente, el proyecto de ley de los Carlés fue ignorado. 
    Como consecuencia de la competencia anglonorteamericana y de la caída de los precios de la carne en Londres, producto de la creciente oferta de carne enfriada proveniente de la Argentina, las compañías frigoríficas comenzaron a registrar pérdidas. Para contrarrestar esa tendencia las compañías pusieron fin a la guerra de carnes, uniéndose en un pool para establecer cuotas de envíos. Las compañías establecieron la distribución de las proporciones de exportación de carne a colocar en el mercado británico: 41,35% para las compañías norteamericanas Swift, Armour y Morris; 40,15% para las británicas, y 18,5% restante para las argentinas.  
    Los frigoríficos argentinos fueron testigos pasivos del enfrentamiento entre norteamericanos y británicos. Antes de 1908, los frigoríficos argentinos se habían incorporado al oligopolio británico. Los pocos frigoríficos de capital nacional fueron absorbidos por los británicos o pesaron muy poco en el mercado. Esta actitud pragmática se comprende mejor si se toma en cuenta que en 1915 los beneficios de los frigoríficos oscilaron entre 22% y 257% de sus capitales, con un promedio ponderado del 39%.  
    El acuerdo alcanzado entre los frigoríficos norteamericanos y británicos a fines de 1911, que puso fin a la primera guerra de carnes, no duró mucho más allá del plazo de un año por el que había sido acordado. Para permanecer en el pool los frigoríficos norteamericanos requirieron un aumento del 50% de su cuota. Como la contraoferta del 10% efectuada por los frigoríficos británicos fue rechazada, en abril de 1913 se desencadenó la segunda guerra de carnes.  
    Al igual que durante la primera, en la segunda guerra de carnes (1913-1914) los frigoríficos británicos también buscaron el respaldo de las autoridades argentinas. En junio de 1913, el gobierno argentino fue informado por el Ministro Plenipotenciario británico en la Argentina, Reginald Tower, de que el Gobierno de Su Majestad miraría "con cordial interés cualquier acción que se emprenda para impedir el establecimiento, por parte de firmas extranjeras, de un monopolio en el comercio de exportación de carnes". Este anuncio de Tower fue acompañado por presiones de los frigoríficos británicos y argentinos sobre el Ministro de Agricultura argentino Adolfo Mugica. El ministro -un ganadero- replicó que no tomaría ninguna medida contra los norteamericanos "salvo que descubriera propósito de trust". A pesar de la presión, el gobierno no adoptó una actitud decididamente antinorteamericana.  
    En respuesta a estas presiones políticas y comerciales, en mayo de 1913 el diputado Carlos Carlés volvió a presentar el proyecto de ley para prohibir todos los trusts de acción conjunta en el negocio de los frigoríficos que él y su hermano Manuel habían presentado vanamente en 1909. En junio, el diputado Juan J. Atencio solicitó autorización para interpelar a Mugica acerca de la existencia de un trustde la carne en la Argentina. Se abrió así un áspero debate en el Congreso entre los  defensores de los frigoríficos norteamericanos y los de los británicos. Entre los protagonistas del mismo podemos mencionar a Carlos Carlés, Abel Bengolea, Estanislao S. Zeballos y el socialista Juan B. Justo. Se conformó un comité parlamentario, conformado por el ex presidente de la Sociedad Rural Emilio Frers, Juan J. Atencio, Carlos Carlés y el diputado conservador y entonces presidente de la Sociedad Rural Abel Bengolea, el que propuso al Congreso tres medidas: una ley antitrust, una provisión para el censo del ganado en pie y recomendaciones para investigar dentro del mercado interno. Finalmente, todos los proyectos se archivaron, lo cual significó la victoria de las compañías norteamericanas y los ganaderos argentinos vinculados a ellas sobre sus competidoras anglo-argentinas y los otros ganaderos, quienes fueron incapaces de contrarrestar la creciente influencia de los primeros.  
    El ministro Mugica convocó a algunos ganaderos, entre ellos al ex-presidente Julio Roca, para analizar la situación. En esa reunión se acordó que no era conveniente emprender acción alguna contra los frigoríficos norteamericanos, a menos que éstos amenazaran a los estancieros argentinos. Esta aparente inacción oficial se debió a que los productores ganaderos argentinos se vieron beneficiados por los excelentes precios que acompañaron al boom exportador. Para ellos, la competencia entre los frigoríficos era más conveniente que el pool,de modo que no tenían interés en que se tomara medida alguna para poner fin a la guerra de  carnes.
    Más aun, del mismo modo que durante la primera, las autoridades y los ganaderos argentinos no evidenciaron en la segunda guerra de carnes una postura unánimemente favorable a uno u otro de los bandos en pugna. Existieron firmes defensores de los intereses británicos dentro y fuera del gobierno argentino, como también los hubo de los norteamericanos. Esta división entre ganaderos probritánicos y pronorteamericanos no respondió a la existente entre criadores e invernadores, pues por entonces el comercio de carne enfriada era una pequeña porción del comercio total de carnes de la Argentina. Peter Smith sostiene que esta división respondió más al hábito que a la función: algunos estancieros comerciaban con los frigoríficos británicos y otros con los norteamericanos. 
    El gobierno argentino propuso a los británicos la reapertura del comercio de ganado en pie como remedio a la competencia norteamericana. En la óptica argentina, esta alternativa liberaría a los productores de los cuellos de botella en el mercado, digitados tanto por los intereses británicos como por los norteamericanos. Según el Ministro de Agricultura Adolfo Mugica, la reapertura del comercio de ganado en pie hacia Gran Bretaña permitiría a los productores argentinos ofrecer carne de categoría aún más barata que la carne enfriada vendida por los frigoríficos norteamericanos. Al generar competencia de precios, el ingreso de ganado en pie argentino en el mercado británico evitaría la formación de un monopolio de los frigoríficos norteamericanos y bajaría los precios de la carne, con el consiguiente beneficio del consumidor británico. (34) 
    Los frigoríficos británicos, en su búsqueda de apoyos para contener la competencia norteamericana, recurrieron también a las autoridades del Reino Unido. Pero éstas manifestaron su preocupación principalmente por el bienestar de los consumidores británicos, de modo que tampoco percibieron la rivalidad entre los frigoríficos británicos y norteamericanos como negativa.
    Así, ante las presiones de los frigoríficos británicos para que el gobierno argentino resistiera el "creciente poder del trust norteamericano de la carne", el Foreign Office consultó a la Junta de Agricultura británica antes de adoptar una decisión. Esta sugirió que el Foreign Office debía alentar a las autoridades argentinas a limitar las exportaciones de cada frigorífico. Esta propuesta de la Junta de Agricultura no apuntaba tanto a ayudar a los frigoríficos británicos como a proteger a los ganaderos británicos de la competencia extranjera e impedir un monopolio en el comercio de carnes que perjudicara a los consumidores británicos.  El ministro británico en Buenos Aires justamente cumplía con estas instrucciones cuando tuvo sus reuniones con los miembros del gobierno durante el mes de junio.
    Aunque la segunda guerra de carnes consolidó la posición de los frigoríficos norteamericanos debe señalarse, por un lado, que sus productos se exportaban principalmente a Gran Bretaña y, por otro, que los frigoríficos británicos también exportaban sus productos a Estados Unidos. Tan es así que el primer embarque de carne argentina a Estados Unidos, efectuado el 21 de agosto de 1913, fue hecho por el empresario británico George Drabble. 
    Asimismo, a pesar de la expansión de los frigoríficos norteamericanos, la posición de los británicos se fortaleció por procesos de fusión. A comienzos de 1914, The Las Palmas Produce Co. Ltd., la compañía del británico Nelson, se fusionó con The River Plate Fresh Meat Co. Ltd., la compañía de su compatriota Drabble, formando The British and Argentine Meat Company Ltd., (popularmente conocida como Vestey Brothers). También estuvo asociada a esta operación la compañía naviera británica The Royal Mail Steamship Co. Ltd. 
    Tal vez debido a este proceso de fusión de empresas británicas, sus competidoras norteamericanas desearon renovar las negociaciones para establecer las cuotas de participación en la exportación de carne argentina. Tras reuniones efectuadas en Londres y Chicago en abril de 1914, se alcanzó un arreglo por el que se asignaba una cuota del 58,5% a los frigoríficos norteamericanos, 29,64% a los británicos y 11,86% a los argentinos.  
    Por otra parte, otro rubro importante en el que se registran inversiones británicas en este período es el del comercio minorista. La creciente prosperidad argentina atrajo inversiones extranjeras también hacia el comercio al por menor a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Una modalidad entonces desarrollada en Europa, las grandes tiendas, que integraban varios sectores del comercio minorista, fue transplantada a Buenos Aires primero y luego a otras ciudades.
    Los franceses habían tomado la iniciativa en 1872, cuando J. Brun fundó la casa llamada "A la ciudad de Londres", cuyo local central estaba ubicado en Corrientes y Carlos Pellegrini. Su éxito lo llevó a instalar otro local en la Avenida de Mayo. A fines de la década de 1880, los grandes almacenes Bon Marché de París comenzaron a construir un gigantesco local entre las calles Florida, Viamonte, San Martín y Córdoba. Algunos empresarios argentinos también se lanzaron en esa dirección. El caso más destacado es el de Alfredo Gath y Lorenzo Chaves, quienes en 1883 fundaron la gran tienda que llevó sus nombres en Buenos Aires. 
    En los primeros años del siglo también los británicos comenzaron a invertir en el comercio al por menor. De esta manera, D'Erlanger and Co. convirtió a la firma argentina Gath y Chaves en una compañía inglesa llamada The South American Stores (Gath and Chaves) Ltd.Los británicos invirtieron en esta casa un capital de 1.712.500 libras esterlinas. Con la firma de un acuerdo el 27 de mayo de  1912, Gath y Chaves cerró una etapa de casi treinta años de capitalización independiente. A cambio de la participación británica, los fundadores de esta casa comercial recibían el 5% de las ganancias hasta el 15 de enero de 1918 y Lorenzo Chaves fue nombrado miembro de la Junta de directores en Londres.
    Otro elocuente testimonio del potencial de la venta al por menor y del interés británico por invertir en la misma fue la apertura de una sucursal de la casa Harrods en Buenos Aires, tras abrirlas en Río de Janeiro y Sao Paulo. El primer paso de Harrods en la Argentina fue dado en febrero de 1912 con un capital de 25.000 libras, como un experimento barato. Ocho años después, Harrods tomó posesión de la casa The South American Stores (Gath y Chaves), controlando tanto los locales en Buenos Aires como estableciendo filiales en Rosario, Bahía Blanca, Córdoba, Paraná, La Plata, Mendoza, Tucumán y Mercedes. Además, Harrods capturó la totalidad del capital accionario de la compañía The Chilean Stores (Gath y Chaves), que operó en las ciudades más importantes de Chile, Santiago y Valparaíso, así como en pueblos pequeños como Temuco y Valdivia. Hacia 1914 Buenos Aires se había convertido en un puesto avanzado del comercio al por menor británico.  
    Finalmente, cabe mencionar el rubro combustibles respecto de las inversiones británicas.  Al respecto, como es bien sabido, la economía argentina creció sobre la base de combustible importado. Los densos bosques de las provincias norteñas proporcionaron sólo 15% de la energía consumida en el país hacia 1913, mientras que el carbón mineral, proveniente de los yacimientos de carbón del sur de Gales, proveyó casi todo el resto. Favorecido por la industria naviera británica, que ofrecía bajos fletes para el carbón en los buques con destino a la Argentina, el carbón galés cubrió 90% de las importaciones argentinas de carbón. Estas se incrementaron al compás del crecimiento del sector ferroviario, que llegó a consumir 70% del carbón importado. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, el consumo argentino de carbón galés se cuadruplicó respecto de la década anterior.  
    Por otra parte, antes de la Primera Guerra Mundial el petróleo proporcionaba menos del 5% de las necesidades energéticas locales. Productos derivados del petróleo eran importados por unas pocas compañías extranjeras. Entre éstas cabe mencionar la norteamericana Standard Oil y su competidora británica, la Anglo-Mexican Petroleum Company Limited, subsidiaria de la Royal Dutch Shell. La Anglo-Mexican, que comerciaba productos de la Mexican Eagle Oil Company, también perteneciente a Shell, abrió oficinas en Buenos Aires en 1913. Al estallar la guerra y desorganizarse los embarques de carne, prosperó rápidamente, llegando a construir depósitos en Buenos Aires y Bahía Blanca. Entre sus clientes principales estuvieron las plantas inglesas envasadoras de carne y los ferrocarriles británicos. Hasta el comienzo de la guerra el petróleo importado suplió más de 90% del consumo argentino. 






domingo, 7 de octubre de 2018

Presentación


Historia Mundial Contemporánea



Con esta asignatura, indispensable para los estudiantes, se pretende lograr la comprensión de los grandes procesos de la Historia Contemporánea desde las perspectivas política, social y cultural. Ello permitirá al alumno conocer con detalle la Historia Universal de los siglos XIX y, especialmente, del siglo XX, al tiempo que comprender la actualidad internacional dentro de una visión crítica. Para lograr estos objetivos y conseguir que la asignatura tenga unos contenidos verdaderamente universales, superándose los conceptos historiográficos de corte eurocéntrico, se estudiarán y analizarán los procesos y etapas más importantes de la Humanidad de forma mundial. Se procederá a realizar la explicación de nuestro pasado como algo vivo y determinante de la actualidad. Se pretende motivar al alumno hacia el estudio de la Historia Contemporánea haciéndole consciente de la relación con su propia realidad y entorno.